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 Ahora sí, te dejo con mi novela: 

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CAPÍTULO 1

BUSCANDO TRABAJO

Hola, mi nombre es Marta, pero te adelanto que no es mi nombre real. Los hechos que voy a contarte justifican que no revele mi verdadero nombre, pues sería demasiado vergonzoso. Esta historia pudo ocurrir hace unos 5 años, cuando empecé mis estudios en la universidad de ciencias.

Por aquel entonces, era una buena estudiante, una de esas chicas que pasaba las horas en la biblioteca estudiando sin parar, pensando que nunca sería suficiente, aunque al final mis calificaciones fueran excelentes. Por otra parte, no me avergüenza admitir que sabía que era muy guapa, pero creo que pertenezco a ese pequeño porcentaje de chicas que no usa su potencial para follar con todos los que les apetezca. Me gustaba sentirme digna y orgullosa, como si no hubiese ningún chico lo suficientemente bueno para mí. Con el tiempo descubrí que, en realidad, lo que me gustaban eran las mujeres.

Antes de continuar, creo que mereces saber cómo era por aquel entonces, aunque tampoco haya cambiado tanto. Era morena, con el pelo tan largo que, si me lo dejaba caer por delante de mis pechos, podría haberme tapado los pezones. Solía llevar un flequillo corto al estilo egipcio que me tapaba totalmente la frente y, a veces, incluso me llegaba a los ojos si no me lo recortaba un poco.

Mis ojos son marrones claros y siempre llevaba gafas. Eran unas gafas gruesas de pasta al más puro estilo secretaria ochentera; creo que me daban un toque muy sexy e irresistible.

Qué más puedo contaros… Nariz pequeñita, tez morena, y solía pintarme los labios de rojo intenso sabiendo que, junto a las gafas y mi look, llamaría la atención de los chicos, aunque lo más destacable de mí era sin duda mi figura. Llegaron a decirme que era complicado tener unos pechos tan grandes con lo delgada que estaba. Sí, soy bastante tetona.

Por otra parte, si a mi cuerpo le sumabas el estilo camisa y falda que solía llevar a la universidad, pues acabé siendo la más deseada de clase y de toda la facultad.

Tenía amigas que siendo un poco menos agraciadas follaban mucho más que yo, y eso que los chicos que buscaban eran muy apuestos. A mí por alguna razón me gustaba más provocar que follar, pero insisto en que, cuando descubrí mi verdadera orientación sexual, todo cambió.

Tras esta ligera autodescripción, os contaré que un día decidí buscar un trabajo para compaginarlo con los estudios. Podía vivir bien con las becas y la ayuda de mis padres, pero pensé que quizás habría algo interesante que encajase conmigo y con mi horario.

Todos los días leía qué empleos iban saliendo por internet. Llamé y acudí a algunas entrevistas, pero casi siempre era a mí a quien finalmente no le convencía. Después de un tiempo buscando, encontré una oferta de empleo que me llamó la atención, pero era tan escueto y sospechoso que ni siquiera llamé para preguntar. El anuncio decía algo así:

“Se busca persona para trabajar en una mansión. Necesitamos a alguien para limpiar, cocinar y otras tareas, horario flexible. Llama para más información”.

Sin duda encajaba con lo que buscaba, sobre todo lo de ‘’horario flexible’’. Al final, tras varias semanas indagando, decidí llamar. Al teléfono se puso un señor con un tono de voz amable que no me contó mucho más de lo que decía el anuncio. Básicamente, me dijo que me pasase en cualquier momento por la mansión y que la dueña me atendería y me entrevistaría, así que eso hice.

Me presenté allí dos días después, sin avisar. El lugar quedaba a 10 minutos a pie del piso donde residía para mis estudios, y el barrio parecía bastante adinerado. La idea de trabajar allí me gustaba cada vez más. 

Al llegar a la casa, dudé por un instante tocar o no el timbre. Era una gran mansión e imponía. Un portón vallado me separaba de la vivienda que aún quedaba algo lejos. Aquella situación me acobardó un poco, pero me lancé y llamé al portero automático. 

Pude observar que también había una cámara. Una voz sonó por el altavoz:

—¿Qué desea?

—Vengo por la entrevista de trabajo —expliqué.

—Un momento, ahora le abro.

Un minuto después, llegó un hombre vestido de mayordomo que abrió la puerta manualmente. Al hablar, deduje que había sido él con quien había hablado por telefonillo.

—Acompáñeme —me pidió.

Mientras le seguía, pude observar lo grande que era el jardín, que además rodeaba toda la casa.

—La señora de la casa le hará la entrevista en la terraza del jardín —me dijo.

Llegamos a una preciosa terraza y me senté en silencio donde me había indicado el mayordomo.

—¿Desea tomar algo mientras espera?

—Nada, muchas gracias —contesté.

—Vale, le aviso que tendrá que esperar un poco hasta que llegue la señora.

El mayordomo se fue y estuve allí unos 10 minutos, pero finalmente apareció. Llamarla señora era extraño ya que parecía una mujer bastante joven o, al menos, eso aparentaba. Y, para colmo, era muy guapa. Se sentó frente a mí y me saludó dándome la mano.

—Perdona la espera —dijo ella.

—No pasa nada.

—Bueno, si te parece bien, te cuento en qué consiste este trabajo.

—Muy bien.

—Te pido por favor que escuches todo lo que voy a decir porque quizás te sorprenda al principio. Si te sientes incómoda con lo que te cuente, puedes marcharte en cualquier momento.

Aquello que dijo me perturbó un poco. ¿Qué iba a decirme que pudiese incomodarme tanto como para querer irme?

—Esta es una especie de mansión sexual. Las personas que trabajan aquí lo hacen para satisfacer mis deseos.

No dije nada, pero mi cara de sorpresa e incomodidad fue muy marcada.

—Realmente, me gustaría que vieses cómo trabajamos aquí para que veas cómo funciona esto. Mi propuesta es la siguiente: trabaja aquí siete días como periodo de prueba. Durante ese tiempo, te pagaré dos mil euros. Dos mil euros por una sola semana de trabajo y, en ese tiempo, nadie te tocará ni tendrás que hacer nada sexual. Solamente, verás las cosas que hacemos dentro y harás algunas tareas de casa.

—Creo que no puedo aceptar. 

Estaba impactada por lo que aquella mujer me estaba diciendo.

—Déjame decirte algo. No me importa si vienes una semana de prueba y después no aceptas el trabajo, pero me gustaría que lo intentases.

—Creo que voy a marcharme. 

Me puse en pie al decir aquello.

—¡Una última idea, entra ahora! Solo quiero que veas que podría gustarte trabajar aquí o incluso ser una espectadora durante unos días.

Mi corazón latía a mil por hora. Me quedé allí, congelada durante unos segundos, pensando qué hacer. Creo que si cualquier otra persona me hubiese hecho esa propuesta, no me habría convencido, pero esa mujer parecía, de alguna forma, confiable. Además, su belleza y su edad también me transmitían seguridad, quizás en parte porque yo era un poco como ella, aunque más joven.

Al final, acepté la invitación de la dueña para ver la casa. Ahora que lo pienso con perspectiva, soy consciente de que simplemente aquella situación me excitó. Es cierto que también me daba miedo, pero el hecho de pensar que aquella era una mansión de la lujuria encendió un poco mi libido.

Antes de contarte lo que vi allí dentro, creo que es el momento de describirte cómo era la dueña de aquella casa. 

El primer rasgo destacable a simple vista era la altura. Cuando me describí a mí misma anteriormente, no dije nada de mi estatura. No lo pensé, quizás fuese porque considero que tengo la estatura media habitual en las chicas de mi edad. Esta mujer, sin embargo, era casi una cabeza más pequeña que yo, pero ese rasgo era una de las cualidades más atractivas que ella tenía, sobre todo, combinado con su encanto y el carácter.

Lo segundo que destacó con claridad fue que su pelo era de un rubio blanquecino que siempre combinaba con una coleta o un moño, dejando caer sobre su cara solo uno o dos pequeños mechones de pelo. Además, tenía los ojos verdes, una boca pequeñita y mejillas encantadoramente rosadas, lo que contrastaba con una blanca piel. Una vez, me contó que no le gustaba mucho pintarse y arreglarse, pero la gente pensaba que se echaba colorete y acabó maquillándose porque, lo hiciera o no, los demás siempre pensaban que lo hacía.

Por otra parte, su figura era impresionante. Apenas tenía pechos, pero el culo era hipnótico. Tuve la suerte de tocarlo y verlo desnudo muchas veces y simplemente era el mejor culo que hayáis podido imaginar, muy pomposo y blandito. Los pechos eran pequeños, pero creo que eso jugaba a su favor en algunos aspectos. Por ejemplo, creo que la hacía parecer más joven al combinarlo con la estatura. Además, ella jugaba muy bien sus cartas, pues casi nunca llevaba sujetador y solía llevar vestidos con un ligero escote superior a su talla, de tal forma que, si eras un poco más alto que ella (algo que era muy probable), podías verle muy bien los pechos e incluso (con un poco de suerte) los pezones.

Toda esta descripción no sirve de nada si no os cuento el mejor de sus puntos fuertes: el carácter. Ella era la mezcla perfecta entre dulzura y una perfecta dominatrix. Tenía muchísimo carácter y en la cama no existe persona más dominante que ella. Estoy segura de que nadie podría dominarla y, si un hombre lo intentase, sería capaz de pegarle con tal de hacer saber que es ella quien tiene las riendas. Solo era dominada cuando quería, pero todos tenían claro quién mandaba en la cama. Era increíble ver ese carácter tan poderoso en un cuerpo tan adorable y pequeño. Quizás por eso me excitaba tanto verla.

A groso modo, así era ella, pero ahora os contaré cómo ella se describió a sí misma y a la mansión mientras me llevaba al interior de la casa.

—Voy a explicarte un poco las reglas de esta casa. Yo soy la dueña y señora de esta mansión, por motivos de herencia y negocios tengo muchísimo dinero y puedo permitirme la pequeña locura sexual que se vive aquí dentro.

Mientras me contaba todo eso, seguíamos andando por el jardín como dirigiéndonos de nuevo a la entrada principal. Ella continuó hablando:

—Lo más importante para mí es que todos los empleados estén aquí porque les gusta. Les pago mucho dinero, pero puedo sentir y saber si a ellos les gusta estar aquí. Si siento que no están por placer, los despido. También les pago muy bien cuando se marchan. El dinero no es un problema, yo solo quiero gente que quiera trabajar aquí.

Ella seguía hablando y el mayordomo que nos había atendido antes nos abrió la puerta. Ambas entramos en aquella casa y mi primera impresión fue muy correcta, no vi nada especialmente llamativo más allá de mucho lujo en cuadros, jarrones y decoración en general. Ella explicaba:

—Cada empleado que ves aquí hace una tarea específica y la hace porque le gusta, ten eso muy presente. ¡Por cierto! Se me olvidaba, toma esto.

Me dio una especie de colgante. Era muy sencillo y colgaba de él un trozo blanco de plástico en forma de gota, del tamaño de una moneda de un euro más o menos. Era bastante feo, la verdad.

—Si llevas esto, mis empleados sabrán que tú estás aquí como invitada, es como una acreditación.

Yo seguía sin decir nada. El corazón me latía a mil por hora.

—Sígueme. 

Me llevó a una habitación. Pude observar que parecía un despacho bastante normal. Eso sí, dentro del despacho había una chica de mi edad con un vestido de sirvienta bastante sexy. Como puedes imaginar, con el tiempo yo también acabé poniéndome un traje como ese para trabajar allí.

Aquella chica parecía, al igual que el mayordomo, bastante alegre. La dueña de la casa se sentó en el escritorio y dijo:

—Ya sabes.

Y, sorprendentemente, ella respondió:

—Sí, mi ama.

Aquella chica se acercó al otro lado del escritorio y se agachó para meterse debajo. 

—Esta chica trabaja aquí y una de sus tareas es chupar mi coño mientras yo trabajo con el ordenador.

No daba crédito a lo que estaba viendo, ahora sí estaba muy nerviosa. Sabía que había entrado en una casa donde vería sexo, pero… ¿de verdad era esa una de sus tareas? Me costaba creerlo, pero en ese momento pude llegar a ver la cabeza de aquella chica entre las piernas de la señora.

—Bajo la mesa hay algunos consoladores y vibradores. Ella puede usarlos cuando quiera y, a veces, también le pido que los use conmigo. Saca un momento el consolador doble, Cristina.

Entendí que aquella chica bajo la mesa se llamaba Cristina. La dueña metió la mano por debajo de la mesa y sacó un consolador rosa que parecía bastante flexible, pero su mayor peculiaridad era ser doble, es decir, con forma fálica por los dos extremos. Imaginaba que esos consoladores eran para lesbianas y que ambas podrían compartir una penetración, pero en este caso su uso era otro.

—Cuando usamos este consolador, Cristina se lo mete en la boca y me masturba con él.  

Mi corazón latía con mucha fuerza al escuchar la explicación. Empezaba a querer irme de allí.

—Cristina, voy a seguir enseñándole la casa a mi invitada, ahora vuelvo.

—Sí, mi ama.

La dueña se levantó y dejó a Cristina bajo la mesa. Todo aquello era tan chocante que no daba crédito.

—Ahora voy a enseñarte la cocina.

Una parte de mí quería abandonar la casa, me sentía muy incómoda y todo era demasiado perturbador, pero por dentro me excitaba ver cómo funcionaba aquella casa. Era incluso un poco adictivo, por lo que me dejé llevar sin decir nada, con algo de miedo y adrenalina recorriéndome el cuerpo. 

Finalmente, llegamos a la cocina y ahí todo parecía normal. Era una cocina grande y había un hombre cocinando. La verdad es que aquel señor estaba muy en forma y era bastante alto.

—Ha sido estupendo que vinieses hoy porque hay bastantes empleados y vas a poder ver bien cómo funciona la casa. Él es el cocinero de la mansión y uno de los que más tiempo pasa por aquí. Felipe, enséñale tu secreto.

—Sí, mi ama.

Aquel hombre se bajó los pantalones y no llevaba calzoncillos, por lo que dejó directamente su sexo al aire, pero eso no fue lo que me sorprendió. Su pene estaba atrapado en una especie de pequeña prisión metálica. 

—Dile por qué llevas eso —pidió ella.

—Me gusta llevarlo y a mi ama le gusta que lo lleve.

Su pene no estaba duro, pero imaginaba que, si lo estuviese, aquello debía de ser doloroso e incómodo. No entendía cómo podía gustarle.

—Hay gente a la que le gusta estar sometida y él es uno de ellos. Es difícil encontrarlos, pero sé que le gusta, por eso trabaja aquí. Voy a enseñarte ahora el salón —continuó la señora.

Recuerdo especialmente bien que antes de llegar al salón estuve cerca de abandonar e irme. Todo aquello me superaba, pero desde lejos vi a otras personas en el salón y tenía ganas de saber con qué me sorprenderían.

Al entrar allí, algo destacaba enormemente por encima de todo lo demás, incluso por encima del tamaño del propio salón: la pareja joven que estaba justo en el centro de la habitación. Un chico y una chica estaban sentados uno frente al otro en unos asientos de terciopelo rojo. Era extraño ver que estuvieran allí sentados sin hacer nada. Solo se miraban el uno al otro. También destacaba que estaban sobre una ligera plataforma de unos 20 centímetros, de tal forma que tenían un poco de altura respecto al resto del salón. Sin duda estaban allí porque, de algún modo, eran el centro de atención.

—Dadme un número 2. 

Al decir aquello, ellos comenzaron a besarse. La chica se levantó del asiento para sentarse en el regazo de él y este empezó a tocarle los pechos y a agarrarle el pelo con fuerza.

—La tarea principal de esta pareja es darse placer entre ellos y que los demás disfrutemos del espectáculo. Si les digo ‘’nivel 2’’, es que pueden dar rienda suelta a su pasión, pero sin llegar al orgasmo. Eso sería un espectáculo de nivel 3.

Yo seguía de pie mirándolos. ¿Estaban allí para que los demás contemplasen? Mientras pensaba aquello, pude ver cómo el chico metió la mano por debajo del traje de ella y le comenzó a tocar los pechos sin ningún pudor.

—Siéntate —me ordenó la señora.

Ella tomó asiento en un cómodo sofá cercano y yo me senté al lado con el espectáculo continuando en un segundo plano. 

—Estás muy nerviosa, puedo notarlo. Es normal, todo el mundo reacciona un poco así la primera vez que viene. No te preocupes tanto, chica.

Antes de que pudiese decir nada, ella sacó del bolsillo una pequeña campana que agitó con fuerza. Entendí que estaba llamando a alguien y, en un momento, el mayordomo se presentó allí.

—Ponte ahí.

El mayordomo se puso a cuatro patas frente a aquella mujer y ella puso los pies sobre él, como si de un taburete se tratase.

—Dile a nuestra invitada si te gusta estar así.

—Me encanta.

No podía creer que el mayordomo, que hacía un rato me había abierto la puerta con tanta amabilidad y respeto, ahora estuviese así de humillado frente a mí.

—Esto es lo que quería mostrarte. En esta mansión todos hacen cosas que les gustan. Por ejemplo, David y Nuria, los chicos que ahora se están besando, encontraron algo que ofrecerme: un show pasional. O mi mayordomo, que disfruta ofreciéndome una lealtad total. Todos están aquí por placer. Mi propuesta es que vengas varios días y descubras todo lo que esta casa puede ofrecerte. Siete días y te pagaré dos mil euros.

La curiosidad me embargó y decidí preguntar:

—¿Qué tendría que hacer durante esa semana?

—¿Ves ese colgante blanco que llevas? Seguirías llevándolo, eso querrá decir que nadie te va a tocar, ni mis invitados ni mis trabajadores ni tampoco yo. Con ese colgante mis empleados sabrán que estás de prueba, pues ellos también lo han llevado. Los días que estés aquí trabajarás limpiando, fregando, cocinando, ordenando cosas, lavando ropa y en general haciendo cosas de casa. Mientras trabajas, verás más de cerca cómo funciona este lugar. No tienes que hacer nada más. Incluso si piensas que no vas a trabajar aquí a largo plazo, puedes disfrutar de esta experiencia durante los días que estés aquí.

— ¿Cómo acabaron tus empleados en esos puestos que les has dado? —pregunté.

—Algunos tardaron bastante tiempo en descubrir su posición aquí, pero al final son los que me ofrecen y me hacen una petición. Algunos de ellos hacen más de una tarea sexual en esta casa. Él, por ejemplo —dijo señalando al mayordomo que seguía haciendo de taburete—, hace muchas cosas en casa. Sin embargo, la pareja que estás viendo ahora besarse solo hace eso, follar en mi presencia o, a veces, follar conmigo cuando me apetece.

En ese momento, ella se levantó y se dirigió a una cortina que había en el salón. Para mi sorpresa, tras la cortina no había una ventana, sino que había cuerdas y cadenas de tela. 

—Cristina, la chica de mi despacho, no está siempre allí. A veces la dejo aquí, atada a la pared; también le gusta. Si ella se cansa o necesita ir al baño, solo tiene que pedírmelo o decírselo a cualquiera de nosotros. No está atada contra su voluntad, sino que disfruta estando atada. De todas formas, en un año y medio que lleva ella aquí, nunca me ha pedido que la desate antes de tiempo.

—Entonces, ¿tendría que decidir yo mi posición? —inquirí.

—Quizás, o tal vez se me ocurra alguna posición para ti que pudiera gustarte. Te aseguro que, tras esa semana que te propongo, lo tendrás todo más claro.

—Yo… tengo que pensarlo.

—Bueno, voy a enseñarte el resto de la casa. Te aviso, no será tan interesante porque ahora mismo no hay más trabajadores en la casa, ya has visto todo lo picante que había que ver.

Ella soltó una pequeña carcajada tras hablar. Aquella risa fue bastante sincera y me relajó un poco. Accedí a seguir viendo la casa y continuamos conversando:

—¿Por qué te llaman ama? —curioseé.

—Al principio, no era así, pero el cocinero me preguntó si podía decirme ama y al final la idea nos gustó a todos. Tengo que admitir que a mí me pone bastante.

—¿Hay muchos más empleados en la casa?

—Has tenido bastante suerte, los has conocido a casi todos. 

Seguimos charlando un rato más mientras nos acercábamos al final de la visita. Este último tramo fue más calmado y sirvió para relajarme, aunque el paseo también me mostró que la casa era realmente grande y estaba llena de lujos. Sin duda tenía mucho dinero. También percibí que no me había enseñado algunas habitaciones. ¿No merecían la pena o había intentado ocultarme alguna sorpresa? 

—¿Será posible? La visita termina y no nos hemos presentado correctamente. Perdóname, qué modales. Mi nombre es Charlotte. ¿Y el tuyo?

—Marta.

La visita terminó, ella me acompañó a la puerta y tuvimos una última conversación:

—¿Puedo saber si vendrás entonces a mi semana de prueba?

—No lo sé, esto es demasiado para mí.

—Recuerda que nadie va a hacerte nada y si quieres irte, podrás hacerlo en cualquier momento, solo tendrás que decirlo. Déjame decirte también que eres muy guapa y me encantaría conocerte y tenerte como empleada.

—Gracias, yo… lo pensaré.

Tras decir aquello, comencé a alejarme.

—¡Te espero este lunes entonces! 

Ella pronunció esas últimas palabras bastante entusiasmada, intentando animarme a trabajar allí. Después de aquella última frase, me marché.

Recuerdo que, al llegar a casa, comencé a pensar con más claridad en lo que había ocurrido. ¿Tenía miedo? ¿Estaba cachonda? No sabía identificar lo que sentía.

Recuerdo que aquel día era viernes y pasé todo el fin de semana pensando en las cosas que podrían esperarme en aquella mansión, incluso me masturbé un par de veces pensando en lo que había visto allí y también pensando en la dueña, Charlotte. Era la primera vez que me excitaba una mujer y seguramente se debía a que me había gustado su figura tan dominante en aquella casa, además de que era realmente bella.

  

CAPÍTULO 2

MI PRIMER DÍA

La espera del viernes al lunes fue una tortura, estaba llena de dudas. Me daba miedo trabajar allí, pensaba que aquello podría corromperme o que podrían explotarme, pero lo que había visto me excitaba tanto que pasé todo el fin de semana cachonda. 

Llegó el lunes y, dos horas antes de salir, aún seguía indecisa. Recuerdo comenzar a vestirme mientras pensaba ‘’solo voy a pasar por delante de la puerta, pero no voy a entrar’’. También recuerdo caminar hacia allí diciéndome a mí misma que no pisaría aquella casa. Al final, cuando llegué, toqué el timbre convenciéndome a mí misma de que solo estaría allí una semana para conseguir el dinero. 

De nuevo, me abrieron la puerta manualmente, pero esta vez no fue el mayordomo que me había atendido el otro día, sino una chica de mi edad que no había conocido la primera vez y que llevaba un atuendo de Maid (sirvienta) como el que llevaba Cristina, la chica que había visto en el despacho en mi visita anterior. 

—¡Hola! ¿Eres la nueva? 

Aquella chica me atendió con bastante efusividad y una sonrisa bastante linda.

—Sí.

—¡Qué bien! ¡Una compañera nueva! Espero que nos llevemos bien.

Tras hablar, me abrazó de una forma que me pareció forzada, aunque con el tiempo descubriría que realmente ella era así.

—¡Sígueme! Hoy voy a ser tu maestra y te voy a dar algunas tareas en la casa, pero antes tendrás que cambiarte de ropa.

Al parecer, nos dirigíamos al vestidor de la mansión. Antes de llegar tuvimos que atravesar parte de la casa y pude comprobar de nuevo que, a primera vista, nada parecía inusual. Al llegar al vestidor, ella habló de nuevo:

—Este es el vestidor, aquí nos cambiamos de ropa todos los que trabajamos. Esta va a ser tu taquilla, lo que dejes aquí no lo cogerá nadie. Puedes cerrar con llave, pero después de conocer a los que trabajan aquí, puedo decirte con seguridad que no te van a robar. Aun así, cierra si te sientes más segura.

—Vale.

—Por cierto, ya he puesto cosas en tu taquilla y la ropa con la que vas a trabajar es nueva. Recuerda que debes llevar el collar para que los demás sepan que no pueden tocarte. No pasa nada si no lo llevas, pero es un indicador que hemos llevado todos y así podremos saber que vienes a trabajar y no eres una invitada especial.

—Muchas gracias.

Aquella chica me transmitía mucha tranquilidad, parecía la típica persona que cae bien con bastante facilidad. Me agradaba pensar que iba a trabajar con ella.

—¿Estás nerviosa? Cuando yo llegué la primera vez, estaba nerviosa; pero tranquila, es normal. Hoy va a ser un día muy tranquilo, no te preocupes. Posiblemente, lo más excitante que harás será vestirte de Maid como yo. 

Miré a la taquilla y vi que había un traje como el suyo para mí. Durante todo el fin de semana había fantaseado con vestirme como ‘’Cristina’’, así que ver que la fantasía iba a ser real me encendió un poco.

—Voy a salir para que puedas cambiarte. Por cierto, mi nombre es Lola.

—El mío es Marta —contesté.

—Un placer, Marta. Espero que podamos llevarnos muy bien.

Ella volvió a abrazarme y se marchó. En aquel momento, me sentía un poco excitada por la simple idea de ponerme aquel atuendo tan sugerente.

Me quedé en ropa interior y comencé a vestirme. Todo me quedaba muy ajustado, quizás incluso demasiado, aunque suponía que era parte de la magia. Los volantes de la falda hacían flotar la parte inferior del traje y sentía que cualquiera podría verme las bragas. Además, la falda en sí era muy corta, lo que me hacía sentirme aún más desnuda. Por otra parte, mis pechos parecían a punto de reventar en aquel corsé. Nunca había llevado tanto escote ni, en general, me había sentido tan sexualizada.

—¿Has terminado ya? —preguntó Lola.

—Sí, pasa.

Lola entró en el vestidor.

—¡Wow! ¡Te queda muy bien! 

Casi parecía saltar de alegría.

—Pero hay un problema, llevas el sujetador. Deberías de quitártelo. El traje gana mucho así y con tus pechos va a quedar mejor. Además, cuando yo entré en la casa, Charlotte me lo dijo expresamente. Ahora vuelvo, mientras tanto, vuelve a cambiarte.

Lola se fue y yo comencé a desvestirme de nuevo para quitarme el sujetador. Volví a ponerme el traje, pero ahora se sentía distinto; realmente me sentía un poco desnuda llevando aquello. Mis pechos estaban muy sueltos y se veían mejor en el traje, me excitaba sentirme así, pero al mismo tiempo me avergonzaba. Lola volvió a entrar.

—¡Madre mía! ¡Quiero meter mi cabeza entre tus pechos! Qué envidia.

Yo sonreí intentando ocultar mi incomodidad.

—Sígueme, vamos a empezar con las tareas de la casa.

Llegados a este punto de la historia, he de deciros que todas las tareas que hice fueron muy normales. Fregué el suelo de varias habitaciones, quité el polvo, puse la lavadora e hice otras tareas del hogar con Lola. Todo fue muy ameno y Lola era muy simpática, sin duda fue una de las cosas que me hizo quedarme allí trabajando: la felicidad que transmitía.

Al limpiar las habitaciones, llegamos a una que me llamó la atención bastante, pues solo tenía juguetes sexuales y había de todo: esposas, látigos, vibradores, dildos, velas, condones, bolas chinas y un montón más de cosas que seguramente ni siquiera sabía cómo funcionaban. Estando allí, Lola me dijo:

—Esta habitación es para todos los trabajadores de la casa y para Charlotte también. Si quisieras usar algo de aquí, puedes venir y cogerlo. Cuando lo uses, lo dejas en esta bandeja y cada día alguno de nosotros tiene que venir a limpiarlos y desinfectarlos. Es decir, no cojas nada de la bandeja porque estará sucio y usado.

Lola me enseñó cómo desinfectar aquellos juguetes y dónde había que dejarlos. Fue lo que más me excitó aquel día, aunque tengo que confesar que en el fondo de mí esperaba más.

Tras acabar todas las tareas, me dijo que teníamos que ir al despacho de Charlotte para hablar con ella. Lola pegó en la puerta.

—¿Se puede?

—Sí, pasa —contestaron desde el interior.

Lola abrió la puerta y Charlotte estaba sentada, trabajando en su escritorio. Bajo la mesa estaba Cristina. No podía ver bien lo que hacía, pero sin duda estaba allí. Charlotte le indicó con un gesto bajo la mesa a Cristina que parase y, al hacerlo, cerró los ojos un poco, por lo que imaginé que Cristina le estaría sacando algún tipo de juguete de su vagina y ella estaría intentando disimularlo. Mi corazón se aceleró a ver su cara de placer.

—¿Qué tal, Marta? Cómo ha ido el día —me preguntó.

—Muy bien.

—¿Te lo has pasado bien con Lola?

—La verdad es que sí.

—Lola es un encanto, quería que trabajases con ella porque es muy graciosa y divertida.

Pude comprobar que Charlotte conocía bien a Lola.

—Bueno, Marta, quería explicarte y pedirte un par de cosas. El primer día que hablamos te dije de trabajar una semana, pero me refería a 7 días. Quiero que vengas 7 días aquí a trabajar. Eso sí, puedes elegir los días que quieras; si alguna vez no puedes venir, no pasa nada. 

—Muy bien, no hay problema.

—Lo segundo que quería pedirte es que vengas mañana, si puedes, a las siete en vez de a las cuatro. No tendrás que trabajar más, solo querré que hagas otras cosas. ¿Podrás venir a esa hora?

—Sí.

—Muy bien. Lola, acompaña a Marta a la puerta y, cuando se vaya, ven aquí conmigo. Voy a jugar contigo un rato por haber conseguido que Marta quiera volver mañana; eso es que te has portado bien con ella.

—¡Sí! ¡Muchas gracias, ama!

Ambas salimos de allí. Antes de irme, pasamos por el vestidor y sentí la suficiente confianza con Lola como para preguntarle algo un poco indecente:

—¿Qué cosas sueles hacer con Charlotte?

—Soy su criada y me gusta cuando juega conmigo. Hoy creo que me va a meter los dedos hasta que me corra y, después, quizás quiera que me la folle un rato. Tengo bastante suerte, soy de las que más sexo tiene con ella.

Todo lo que me contaba me excitaba mucho. En aquel entonces, yo no era bisexual, pero Charlotte tenía un encanto especial que realmente me gustaba, y lo que Lola me contaba empezaba a darme envidia.

—¿Te lo has pasado bien?

—Sí.

—Esto no ha sido nada. En esta casa pueden pasar muchas cosas, me encantaría que algún día las dos podamos tener sexo también.

Cuando dijo eso, me dejó sorprendida. No había pasado por mi mente que también podría tener sexo con ella. Escuchar eso me gustó, pero no dije nada. Aun así, creo que pude mostrar con mi cara que no me parecía mala idea.

—¡Que tengas un buen día, Marta! Nos vemos el miércoles.

—Hasta luego, Lola. Muchas gracias por todo.

Y así me fui de allí, con un calentón mayor que con el que había llegado. Sin ninguna duda, al día siguiente me esperaría algo mucho más sorprendente en aquella casa. 

  

CAPÍTULO 3

INVITADOS

Ya había visitado aquella casa dos días y tenía que volver, pero seguía con dudas. Me costaba aceptar que quisiera regresar allí, pues significaba admitir que disfrutaba con aquella perversión y eso no era propio de mí.

Esta vez tenía que llegar más tarde a trabajar y estar menos horas, pero por lo que me dijo Charlotte, sería para hacer algo diferente. ¿Qué tendría pensado para mí si nadie podía tocarme?

Llegado el momento, allí estaba yo a la hora acordada y tocando de nuevo el timbre, aunque esta vez, mientras esperaba para entrar, también llegó un hombre.

—Hola, ¿eres una invitada?

Tardé un poco en responder sin saber qué decir.

—Soy… una empleada.

Aquel hombre intentó responderme de forma amable, pero en ese momento abrieron la puerta. Era el mayordomo del primer día, que con un gesto nos invitó a entrar. Primero, atendió al hombre que estaba conmigo y, mientras le ponía un colgante azul, le dijo:

—Están todos en el salón, como siempre.

Aquel señor se fue y ahora él se dirigió a mí. 

—Sé que has llegado puntual, pero intenta darte un poco de prisa, ve al vestidor y ponte tu traje.

Parecía que algo pasaba y no entendía nada. Nos dirigíamos al interior de la casa y le pregunté:

—¿Cuál es tu nombre?

—Roberto. El tuyo es Marta, ¿verdad? Me lo dijo antes Charlotte.

—Sí.

—Encantado, Marta. Hoy hay trabajo que hacer, otro día hablaremos con tranquilidad.

Llegamos al vestidor, nos separamos y me quedé sola. Comencé a vestirme y, antes de terminar, cuando me quedaba poco más que las medias y los zapatos, llegó Charlotte.

—¡Hola! —exclamó.

—Hola.

Intenté mostrar la misma efusividad que ella, pero creo que no lo conseguí.

—Qué poco tiempo hemos pasado juntas desde que llegaste. El próximo día me lo guardo para ti. Si te parece bien, voy a explicarte tu tarea de hoy.

—Muy bien.

—Hoy tendrás que estar sentada en una silla del salón que voy a prepararte, no tienes que hacer nada más, solo estar allí y mirar. Si en algún momento necesitas ir al baño o quieres salir, puedes hacerlo, pero el objetivo es tan simple como estar allí. No te vas a aburrir, podríamos decir que vas a ver un espectáculo.

Yo asentí sin saber muy bien qué más decir. Realmente, se podría decir que hoy iba a trabajar sin tener que hacer nada.

—No te preocupes, te lo vas a pasar bien. ¿Estás ya preparada?

—Sí.

—Pues sígueme.

Al ir al salón, continuamos hablando:

—Hoy hay invitados. Los invitados llevan un collar azul que indica justamente eso, que son invitados. Creo que no te lo dije, pero todos los que entran en esta casa vienen con análisis de sangre hechos y son personas de mi plena confianza. Si finalmente te quedas a trabajar, también tendrás que hacerte algunos análisis, pero ahora no los necesitas porque nadie va a tocarte por llevar ese colgante blanco. Te cuento todo esto para que sepas que, si ves hoy sexo, es consentido y seguro.

Me contó tantas cosas en tan poco tiempo que necesitaba tiempo para asimilarlo, tiempo que no tenía, puesto que ya estábamos llegando.

Se escuchaba bastante jaleo. Entramos en el salón y Charlotte habló mientras puso una mano en mi hombro:

—¡Hola a todos, hola a todos! ¡Aún estoy con los preparativos! Perdonad.

Esparcidas por el salón, hablando y bebiendo, había 10 personas; 7 hombres y 3 mujeres, todos con colgantes azules y muy bien vestidos. También estaban en el centro de aquel salón David y Nuria, la pareja joven, y parecía que iban a hacer lo mismo que cuando los había conocido: besarse y tocarse como si fuese un espectáculo. Esta vez, además, estaban rodeados por unas cuerdas de terciopelo parecidas a las de los museos.

—Aquel es tu asiento.

Ella me señaló una bonita silla situada en el otro extremo de la sala. Estaba pegada a la pared y también estaba delimitada por unas cuerdas de terciopelo para, de alguna forma, separarme del resto del salón. Al llegar y sentarme, descubrí que tenía muy buena panorámica de todo lo que ocurría allí. Mientras me acomodaba, vi que Charlotte se acercó a Nuria y David. No habló especialmente fuerte, pero pude escuchar lo que dijo:

—Hoy os quiero al máximo. Vais a estar aquí varias horas, así que administraos bien vuestras energías porque quiero que los invitados disfruten de vosotros todo lo que puedan.

Parecían palabras casi de responsabilidad, pero Nuria sonrió y David levantó el pulgar con un gesto que denotaba que había bastante confianza entre ellos. Charlotte volvió a hablar en voz alta para que la escucharan todos los invitados y David comenzó a desvestir a Nuria.

—¡Poneos cómodos! En breve, volveré y comenzará la cena.

Ella se fue y varios invitados se acercaron a la pareja para ver mejor cómo comenzaban a besarse y tocarse. Nuria aún llevaba su ropa interior y David estaba totalmente vestido, pero ella se puso de rodillas mientras él se bajaba la cremallera del pantalón. Todo indicaba que iban a comenzar una felación delante de los invitados, pero antes de poder ver cómo seguía aquel evento, uno de los invitados se acercó y me habló:

—¿Para qué estás tú aquí?

—Charlotte me ha dicho que solo tengo que mirar, no tengo que hacer nada más.

Intenté trasmitirle que yo tampoco sabía muy bien qué tenía que hacer.

—He venido ya varias veces y nunca había visto ese colgante blanco.

En ese momento, una de las invitadas se acercó.

—Ese color indica que está comenzando a trabajar aquí, está de prueba y no podemos jugar con ella.

—Qué cosas más raras inventa Charlotte, aunque la verdad es que son bastante útiles en este momento.

—Charlotte es muy ingeniosa. Ella y yo estudiamos juntas y sabía que llegaría lejos, tiene mucha imaginación y sabe cómo usarla para conseguir dinero y poder.

Ellos siguieron charlando frente a mí durante unos minutos. Yo dejé de atender aquella conversación momentáneamente intentando descubrir el propósito de aquella noche. Presté atención al fondo de la sala y pude ver cómo Nuria chupaba el pene de su pareja frente a la mayoría de los invitados. Los invitados que estaban frente a mí dijeron:

—¿Nos acercamos a ver la felación?

—Vamos.

Todos los invitados hicieron un corro alrededor de la pareja y ya no podía ver bien lo que ocurría, pero pude escuchar cómo uno de ellos le dijo algo a David:

—Oye, chico, ¿puedes avisar cuando vayas a correrte para que estemos atentos?

—Claro… ¿Dónde queréis que me corra? 

David hablaba a la vez que disfrutaba de la felación. Se podía notar por su forma de respirar. Los invitados comenzaron a hablar y a debatir dónde querían que se corriese, parecía que todos los pasaran bien con ese tema de conversación.

—¡En la cara es lo mejor! —dijo una mujer.

—Dejad que el chico disfrute y se corra dentro —expuso otro.

—¡Eso! Y que, después, ella nos enseñe el semen en su boca a todos.

—Me parece que tú has visto muchas pelis porno —señaló otra invitada.

—Chicos, poneos de acuerdo que se me acaba el tiempo —los advirtió David.

Incluso pude escuchar a Nuria:

—Decidle ya algún sitio que, si no, al final me atraganto.

Los invitados comenzaron a reír con el comentario de Nuria y parecía que ella lo había dicho a propósito para agradarles. Muchas cosas estaban pasando, no daba crédito. El día anterior apenas había pasado algo erótico, pero hoy todo era al revés y lo peor es que esa situación me estaba excitando. Mi mente estaba comenzando a llenarse de pensamientos lascivos:

“Quiero masturbarme”, “Podría ir al baño y masturbarme”, “¿Querrá Charlotte que me toque aquí frente a los invitados?”, “¿Podré tocarme sin que nadie se dé cuenta?”.

Mientras pensaba aquellas cosas, vi que algunas personas dejaron la escena que Nuria y David habían formado. Cuando hubo un hueco, vi la cara de Nuria llena de semen. En aquel momento, me sentí casi celosa.

—¿Todavía no podemos pajearnos? —preguntó un invitado.

—Todos los hombres sois iguales. ¿No ha dicho Charlotte que esperemos a la cena? —dijo una de las mujeres.

—Yo no puedo más —declaró otro.

Los invitados volvieron a reír. En ese momento, Charlotte entró y dijo:

—¡La cena ya está lista!

El cocinero y el mayordomo de la casa traían una gran mesa con ruedas llena de comida, pero en la mesa también había una persona tumbada que tenía comida alrededor y sobre ella. Era Cristina, la mujer que había visto el otro día bajo el escritorio de Charlotte.

Los empleados que la acompañaban comenzaron a preparar una zona para cenar. Roberto, el mayordomo, estaba fijando la mesa al suelo, bloqueando las ruedas mientras Charlotte y el cocinero traían sillas para ponerlas alrededor de la mesa.

—Podéis sentaros ya —avisó Charlotte.

—¡Yo quiero aquí! —dijo un invitado.

Charlotte salió de nuevo de la sala momentáneamente para llamar otra persona, Lola, que traía una bandeja con salsas y bebida. Ella seguía mostrando esa sonrisa que la caracterizaba incluso en aquella situación tan inusual.

Ella comenzó a servir algunas bebidas a la vez que el mayordomo y el cocinero terminaban los preparativos y se acercaron a Charlotte. Todos los comensales estaban sentados, excepto Charlotte y sus empleados. Ya solo quedaba una silla vacía, claramente para la anfitriona, por lo que el resto de los trabajadores que la rodeaban no irían a comer con ellos.

Aunque los invitados rodeaban la mesa, yo podía ver perfectamente todo lo que había allí. Cristina estaba tumbada en la mesa y tenía mucha comida sobre ella y también a su alrededor, sus piernas y brazos estaban bien abiertos y, si observabas bien, se podía ver que estaba atada. Verla amarrada me impactó, aunque en ese momento recordé que Charlotte me había dicho que a ella le gustaban esas situaciones.

Al seguir observando, pude ver que tenía comida incluso en lugares aparentemente incómodos. Llevaba una venda en los ojos y varias piezas de sushi sobre ella. Agarraba una pieza de plátano pelado con la boca y sus axilas tenían nata o algún tipo de crema. Además, en su pecho había carne y verduras, y parecía que en su ombligo hubiera alguna salsa. Sobre sus piernas y brazos también había comida que parecía que solo podría comerse directamente chupándola, como cremas y arroces. Estaba totalmente cubierta de comida, excepto su vagina que podía verse abierta y mojada.

—Nosotros estamos calientes, pero ella está el triple que nosotros —dijo uno.

Los comensales se rieron con aquel comentario, pues era evidente que ella estaba muy cachonda por estar allí rodeada de gente.

—Ella es muy sensible. Si cogéis comida de su cuerpo y la chupáis con delicadeza, podréis conseguir que tenga un orgasmo sin que le toquéis la vagina —explicó Charlotte.

—Yo lo puedo corroborar, ya lo he visto antes —comentó una mujer.

—De todas formas, os recomiendo probar algunas comidas mezcladas con los fluidos de su vagina. La carne o el sushi están deliciosos, por ejemplo —añadió Charlotte.

Pude ver que había una pequeña bandeja bajo la vagina, cuya utilidad era la de recoger sus fluidos.

—Bueno, vamos a comenzar. ¿Alguien quiere usar ya a alguno de mis trabajadores?

Dos personas levantaron la mano; un hombre y una mujer.

—Yo no puedo aguantar más —dijo él.

—Muy bien. ¿A quién quieres? —quiso saber la anfitriona.

—A la chica de las coletas —expuso el hombre.

Aquel invitado se refería a Lola y ella le devolvió una sonrisa.

—Yo a él. —Aquella mujer señaló al cocinero.

—Ya sabéis, cuando queráis los servicios de mis empleados, solo avisadlos. Si queréis una mamada, también pueden meterse bajo la mesa mientras coméis.

Lola se puso al lado de uno de los invitados y le dijo al oído:

—¿Te pongo un condón? Así no manchamos. —Y se rio.

—Vale —contestó él.

Lola le puso un condón mientras Felipe, el cocinero, ya estaba tocando a una de las invitadas.

—Pues no esperemos más, a comer —dijo Charlotte.

Los invitados comenzaron a comer; algunos cogían trozos de carne y otras comidas que había en la mesa sin estar en contacto directo con Cristina. Uno de ellos se levantó para dar un bocado al plátano que tenía en la boca y otro decidió lamerle la axila, que tenía algún tipo de crema. Al hacerlo, Cristina suspiró muy fuerte:

—Ahhhhh…

Aquel pequeño grito mezclaba sorpresa y excitación. Hay que recordar que Cristina tenía los ojos vendados y no podía saber por dónde la iban a tocar. 

Todo lo que había pasado hasta ese momento me tenía perpleja, y no fue hasta este momento, cuando comenzó a normalizarse, que no volví a pensar en mí misma. Y cuando lo hice, me di cuenta de que estaba totalmente cachonda, podía sentir incluso mi coño abierto. Tenía unas ganas terribles de tocarme, incluso podía notar que había mojado un poco la silla.

Todos estaban muy entusiasmados con la comida, por lo que yo empecé a fantasear pensando cómo podría masturbarme sin que me viesen. Una parte de mí quería evitar esos pensamientos, pero era inevitable, la situación me superaba y no podía parar de idear formas discretas de masturbarme en caso de rendirme a mis deseos.

Me di cuenta no sería fácil, la ropa de trabajo era de una sola pieza y la falda tenía muchos volantes, por lo que si quisiera tocarme, tendría que quitarme el traje (imposible en aquella situación) o levantarme la falda, lo cual también era muy indiscreto. Realmente, quería tocarme, pero no podía hacerlo, no sabía qué hacer.

Mientras pensaba en cómo masturbarme, la cena continuó. Ya no quedaba ningún empleado en pie, Lola estaba con otro invitado y al Mayordomo no podía verlo, por lo que seguramente estaría haciendo una mamada bajo la mesa a alguno de los invitados. Comencé a escuchar a Cristina gemir.

—Ahhhh, ummmmm, ahhhh.

—Increíble, si apenas le hemos hecho nada —dijo un invitado.

Podía ver cómo las piernas de Cristina se movían y se retorcían de placer. Nadie estaba estimulando su vagina, pero la estaban tocando y chupando y eso la estaba poniendo a cien. Uno de los invitados se estaba masturbando sin pedir la ayuda de los empleados. La situación se estaba descontrolando.

—Cristina, eres todo un espectáculo, déjame darte un empujoncito más —le dijo Charlotte.

Se acercó a Cristina y comenzó a chuparle la oreja, y Cristina no pudo soportar aquel placer.

—Ahhhhhh, ohhhhhhh, AAHHHH.

Cristina se estaba corriendo sin ningún tipo de contacto vaginal. Todos lo estaban pasando realmente bien allí, incluso David y Nuria, que seguían a su rollo y ahora él le estaba metiendo los dedos a ella. Era una pena ver que estaban allí para dar espectáculo y nadie los miraba, pero justo en ese momento me di cuenta: ellos también estaban cachondos y estaban haciendo lo que yo quería hacer, masturbarme.

Todo me superaba, era una situación tan nueva, desconocida y erótica para mí que al final me decidí y me rendí a mis impulsos. Levanté discretamente mi falda, desplacé las bragas un poco a un lado y empecé a tocarme. Quería hacerlo lo más rápido posible para intentar pasar desapercibida. Si lo conseguía, podría llegar a terminar sin que nadie me viese ya que todos estaban atentos a la comida.

—Oye, Charlotte, ¿podemos masturbarla? Sé que acaba de correrse, pero me apetece muchísimo comerle el coño.

Charlotte miró a Cristina y ella asintió con la cabeza.

—Adelante.

La invitada se puso en pie para ponerse en la zona donde tenía más cerca la vagina de Cristina, pero aun así tuvo que quitar comida de la mesa y subirse para poder acceder a ella. El cunnilingus comenzó y todo se desmadró. Podía ver cómo Lola estaba masturbando a dos invitados a la vez, Roberto comenzó a penetrar a la mujer que estaba haciéndole un cunnilingus a Cristina y, prácticamente, todos estaban realizando algún tipo de acto sexual.

Cuando quiero masturbarme, suelo empezar metiéndome uno o dos dedos y solo juego con mi clítoris para correrme y acabar, pero en esa situación quería terminar pronto, así que fui directa al clítoris para terminar lo más rápido posible. Mientras lo hacía, seguía mirando a mi alrededor y prácticamente todos estaban teniendo sexo. Entonces, observé que Charlotte no estaba haciendo nada, solo examinaba a los demás, sino que comprobaba que todo fuese a la perfección. 

Muchas cosas excitantes pasaban a mi alrededor que servían perfectamente como inspiración para seguir masturbándome, pero mi mente y mis ojos querían seguir observando Charlotte, y entonces, para mi sorpresa, ella cruzó una mirada conmigo y sonrió al ver que me estaba tocando. Aquello me excitó. Tras aquella mirada, ella siguió observando a los demás y, cuando comprobó que todo iba según sus planes, se quitó los pantalones, se subió a la mesa, se puso de rodillas y puso la vagina sobre la boca de Cristina.

Me sentía muy atraída por Charlotte en ese momento (nunca me había sentido así por una mujer), ella era la persona a la que estaba mirando mientras me masturbaba, su belleza y su forma de ser me fascinaban. Sus movimientos y gestos mostraban placer, pero también orgullo y fuerza, realmente era una mujer muy dominante, una dominatrix en todo su esplendor. 

Seguía observándola mientras suspiros y orgasmos sonaban por todas partes. Mi mente estaba tan centrada en Charlotte que de algún modo me sincronicé con ella y, cuando vi que comenzó a correrse, yo también lo hice de forma automática. Recuerdo sentir un orgasmo muy intenso, seguramente motivado por toda aquella situación, pero pude disimularlo con discreción, que era justo lo que quería. Tras correrme, el cuerpo se me relajó y volví a descansar, apoyé de nuevo la nuca sobre el reposacabezas del asiento y me sequé los dedos frotándolos con mi ropa. Aquella orgía siguió un rato más, pero yo ya había conseguido calmar mis impulsos. Seguí observando aquella situación durante un rato, esta vez mucho más calmada, y antes de darme cuenta, ya había pasado una hora.

—Muy bien, esto ha sido todo por hoy, los trabajadores ya podéis marcharos. Cristina se queda porque acordó conmigo que quería quedarse atada un rato más. ¿Sigues con ganas verdad, Cristina? —le preguntó Charlotte.

Ella dijo que sí con la cabeza.

—Estupendo, pues lo demás podéis iros ya a casa.

David y Nuria comenzaron a vestirse y Lola se acercó a la puerta esperando que los demás nos acercásemos a ella para abandonar todos juntos la sala. Yo me puse en pie y Charlotte me habló:

—¿Lo has pasado bien, Marta?

—Mucho.

—Me alegro.

Respondí sin pensar, dejándome llevar. Al salir de la casa, me arrepentí de aquella respuesta tan rápida y sincera, seguía sintiendo que tanta lujuria no podía estar bien. Esta vez todos los trabajadores nos cambiamos de ropa en el vestidor a la vez. Pensaba que sería vergonzoso, pero se volvió ameno, algunos comentaban lo bien que lo habían pasado o momentos de aquella orgía mientras yo permanecía en silencio, pero escuchando con atención. Lola habló conmigo y me ayudó a desvestirme como si fuésemos amigas de toda la vida, aunque la verdad es que agradecía su cordialidad.

Nos fuimos de allí charlando hasta llegar a la puerta exterior de la mansión y, poco después, nos separamos, aunque yo ya empezaba a desear volver de nuevo.

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